La cultura del presentismo predomina en nuestro país, donde se trabaja largas jornadas laborales hasta altas horas de la noche, que impiden conciliar la vida laboral con la familiar. Los horarios irracionales no se traducen en una mayor productividad, ya que ésta depende de la eficiencia en el trabajo y de la capacidad de cada trabajador. No es una cuestión de cuántas horas estamos en el trabajo sino de cómo se utilizan.
En 2011 los españoles trabajaron 277 horas más que los alemanes, concretamente fueron 1.690 horas frente a las 1.413 de los trabajadores del país germano. Los países que encabezan el ranking de horas trabajadas fueron México con 2.250 horas anuales, Corea con 2.193, Chile con 2.047 y Grecia con 2.032. En el lado opuesto de la balanza se situaron Holanda, Bélgica, Irlanda, Dinamarca, Francia y Noruega y la media de horas trabajadas en los países desarrollados se situó en 1.776 durante el año pasado.
Pero este número de horas en el trabajo no se traduce en una mayor productividad. En comparación con los países de la Unión Europea, España ocupa uno de los puestos más bajos de las estadísticas de productividad laboral. Según un informe de la OCDE, en España hubo durante los años de bonanza (1996-2007) un nulo crecimiento de la productividad laboral, que creció mucho menos que la de los países vecinos. El Informe de Competitividad Global 2012-2013 indica que los países del sur de Europa, como Portugal, España, Italia y Grecia siguen sufriendo debilidades competitivas, por lo que la teoría de que cuantas más horas de trabajo, mayor productividad, queda desmontada por estos datos.
A pesar de que en España las jornadas laborales son mayores, el rendimiento que se obtiene por hora trabajada es menor que la de países como Alemania, Holanda y Bélgica, que tienen menor jornada laboral pero son más productivos. Los españoles tendríamos que mirar más los resultados y no las horas de presencia en el puesto de trabajo.
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