Recientemente, el presidente alemán, Christian Wulff, anunció su dimisión tras desvelarse que cuando fue primer ministro regional había aceptado un crédito privado con unas condiciones muy ventajosas de empresarios amigos por medio millón de euros.
Por otro lado, en España dirigentes del Partido Pupular reconocen
que cobraron y siguen cobrando sobresueldos del partido como si fuera algo
normal. Estas cantidades de dinero, que se suman al sueldo que reciben cada mes,
las denominan “gastos de representación”, que pueden llegar a sumar ni más ni
menos que 10.000 euros mensuales.
Mientras que en Alemania Wulff decidió dimitir por un escándalo de
tráfico de influencias, aquí parece que sea algo normal que los políticos se
vean envueltos en tramas de corrupción (trama Gürtel, caso Bárcenas, escándalo
de los ERE en Andalucía, trama de las ITV…) y encima nadie dimite. Ni por
dignidad, ni por ética, ni por respeto a los ciudadanos, nuestros políticos
abandonan sus poltronas. En nuestro país se castiga poco, no se exigen
responsabilidades y la corrupción se ha convertido en un problema generalizado,
que parece ser asumido por la población.
Si tuviera que nombrar los escándalos de corrupción que están
saliendo recientemente a la luz daría para escribir un libro, pasando por la
corrupción urbanística hasta el tráfico de influencias. Pero no solo nos
encontramos con que nuestros políticos no dimiten y no admiten ni reconocen los
errores, sino que no son capaces ni de pedir perdón una vez se descubre la
verdad. En Alemania, por poner otro ejemplo, llegó a dimitir su ministra de
Educación y Ciencia por un presunto plagio de su tesis doctoral. Puede
resultarnos extraño que en otros países, un alto cargo político dimita por un
escándalo de plagio académico ya que en España no se dimite de forma voluntaria
ni por malversación de fondos. En definitiva, falta responsabilidad y respeto
por el cargo público que ocupan algunos dirigentes y políticos.
Con este panorama no es de extrañar que la desafección política no
pare de crecer y que los ciudadanos cada vez se sientan más alejados de la
política. No es para menos, ¿quién puede confiar en ellos? No son capaces de
pedir perdón y ni siquiera reconocer sus actuaciones.
Mientras recortan en servicios básicos como educación y sanidad,
siguen sin llevar a cabo una reforma de la administración pública, sin reducir
la plantilla de altos cargos ni recortar salarios. Es más fácil ahogar a
impuestos a los comercios y ciudadanos que apretarse ellos el cinturón y dar ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario